jueves, 29 de diciembre de 2011

Ética y finanzas

En los tiempos que corren se habla mucho de la necesidad de reformar el sistema financiero mundial. Me ha llamado la atención un artículo que he leído últimamente titulado “Cuidado con trivializar el riesgo ético”, de Jörg Guido Hülsmann. Su autor es un joven profesor de economía de la Universidad de Angers (Francia), y se inscribe dentro de la Escuela austríaca de economía (entre cuyos miembros figuran Ludwig von Mises, el Premio Nobel Friedrich Hayek, Henry Hazlitt o, en España, el Profesor Jesús Huerta Soto, de la Universidad Juan Carlos I de Madrid). En el artículo el autor se refiere a las causas éticas de las crisis económicas experimentadas en los últimos años y, por tanto, de la que padecemos en la actualidad.

Según Hülsmann, la persistente intromisión de la política en los asuntos monetarios ha desembocado en el actual sistema mundial de papel moneda y bancos centrales, unas instituciones que propician comportamientos masivos irresponsables, y el resultado de esta intromisión son crisis financieras y económicas recurrentes.

La explicación “ética” que describe Hülsmann es la siguiente. Los bancos centrales funcionan como prestamistas de último recurso, es decir, prestan dinero a las empresas financieras y de otro tipo que no pueden encontrar quién las financie en el mercado. Lo más llamativo es que pueden prestar este servicio sin estar sometidos a límite técnico o económico alguno (pueden generar moneda a voluntad, y no tienen ninguna obligación de rentabilidad). En efecto, el dinero que prestan no les “cuesta” nada, ya que los bancos centrales no tienen que pedir dinero prestado, son los que crean el dinero.
 
Esto no sólo les permite ofrecer un crédito virtualmente inagotable a los gobiernos y otras instituciones similares, sino también rescatar a otros actores del mercado cuando se encuentran al borde de la bancarrota. De esta manera pueden evitar “contagios” y cataclismos financieros [Véase el caso del rescate del banco Bear Stearns por J. P. Morgan, financiado por la Reserva Federal, o el del rescate de Long Term Capital Management (LTCM) — empresa fundada y dirigida por dos economistas ganadores del Nobel de Economía — en el decenio de 1990, que entró en bancarrota y a punto estuvo de arrastrar consigo a todo el sistema financiero internacional]. Visto así, parecería que la ética de su actuación es irreprochable.

Sin embargo, la conclusión de Hülsmann es exactamente la contraria. Al hacer uso de la política monetaria para proceder a esos “rescates”, lo que hacen los bancos centrales es socializar los costes derivados de malas decisiones de inversión, de modo que los actores financieros (que cuentan con la intervención del banco central para evitar cataclismos financieros) se despreocupan del riesgo y se concentran en las posibles ganancias.

Los bancos centrales sólo pueden “combatir” una crisis salvando del naufragio a las empresas financieras y demás actores del mercado con la ayuda de la plancha de imprimir billetes. ¿Quién paga en última instancia esos “rescates”? No son los clientes de los bancos ni los demás actores financieros. Quien paga de verdad es el conjunto de los ciudadanos, en su calidad de usuarios del dinero.

Los rescates a través de la política monetaria siempre implican un aumento de la oferta de dinero. Esto ocasiona una distorsión del valor real del dinero y, con ello, el poder adquisitivo de la unidad monetaria se reduce por debajo del nivel que normalmente le correspondería. Por supuesto, los actores financieros y sus clientes también se ven afectados por esta pérdida, ya que ellos también utilizan el dinero, pero sólo pagan una mínima parte del coste total, y la mayor parte recae sobre el resto de la sociedad.

El efecto colateral de este tipo de actuación es que los actores financieros aprovechan la oportunidad para reducir sus ratios de liquidez y asumir mayores riesgos, lo cual entraña a su vez que sus clientes acaben comportándose de la misma manera. Y claro, cuanto menor es el promedio del ratio de liquidez, menor es el tamaño y mayor el número de las empresas que pueden producir efectos de contagio en todo el sistema financiero.

En conclusión, para Hülsmann este tipo de injerencia legal en el mercado hace que sea la comunidad en su conjunto la que pague por los errores cometidos por quienes se comportan de manera irresponsable, y que aquellos a los que se rescata de la bancarrota no tengan incentivo alguno para aprender a comportarse de manera más responsable en el futuro sino que se muestren aún más dispuestos a asumir riesgos desproporcionados en busca de los posibles beneficios que podrían derivarse de inversiones arriesgadas.
 

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