viernes, 27 de enero de 2012

La Unión Soviética de Europa


Cuando las superestructuras políticas y administrativas no se corresponden con las realidades económicas y sociales, los conflictos crecen en número e importancia, y el poder político impone por la fuerza una imagen de estabilidad que exige una espiral de intervenciones autoritarias a las que los ciudadanos van resistiéndose con empeño creciente.

La Unión Europea ha dejado de ser un mercado común que, aunque a trancas y barrancas, iba funcionando, para convertirse en un sucedáneo moderno del Sacro Imperio romano-germánico, donde Carlomagno ha sido sustituido por Angela Merkel y Pepino el Breve por Nicolas Sarkozy. Y, como entonces, mientras el imperio se va desmoronando económica y socialmente, la corte de la Emperatriz Angela se empeña en decir que no pasa nada y que, si todos se portan bien, Alemania proveerá.

La Europa política, construida artificialmente y sin contar con los ciudadanos, ha fracasado estrepitosamente, y no la resucitarán ni la banca ni los partidos políticos, que son los que la han llevado a su perdición. Europa se ha convertido en un remedo de la funesta Unión Soviética.  El “gulag” con el que se amenaza al ciudadano que desea resistirse, al verdadero “indignado”, es la quiebra financiera de su Estado y la condena a la miseria económica para él y para sus hijos.

Entre tanto, los ciudadanos y los estados más perjudicados empiezan a asumir que la cosa ya ha dejado de funcionar y comienzan a buscarse  el sustento por otras vías, no siempre legales ni legítimas, en espera de que, si no cambian las cosas radicalmente, aparezca dentro de unos años un Gorbachov europeo que firme el certificado de defunción del producto de este proceso de ingeniería social en que se ha convertido el europeismo militante.

Las dos propuestas "imperiales", a saber, la armonización fiscal, que hundiría aún más a los miembros más pobres de la Unión, y la sumisión de los presupuestos a la aprobación de la Comisión Europea, supondrían una renuncia de los políticos a la soberanía del estado al que representan, una renuncia que tendrían que hacer a espaldas de sus ciudadanos, que ya han manifestado en diversas ocasiones que no desean cedérsela a un órgano político que no han elegido y cuya actuación no pueden fiscalizar.

En definitiva, se pongan como se pongan los políticos soviéticos de Europa, ésta sigue y seguirá siendo una mera denominación geográfica y no una unidad política, y el euro no dejará de ser una moneda de monopoly que durará mientras la banca esté en manos de Alemania.

La única salida a esta situación es que surjan auténticos hombres de estado, capaces de captar la visión que tienen sus ciudadanos de la libertad y del papel que debe desempeñar el Estado en su vida diaria, y de articularla en un programa político que sea realista respecto del presente, y visionario respecto del futuro. Sin el respaldo activo de los ciudadanos, la Unión Europea, como en su día la Unión Soviética, está condenada a desaparecer. 

miércoles, 18 de enero de 2012

Europa: El rey está desnudo


La situación de Francia es un claro indicador de la grave situación por la que atraviesa Europa y, en particular, los países de la Eurozona.

Los más catastrofistas predicen ya una fuerte caída de las acciones y del oro en 2012.

Los optimistas, por su parte, piensan que el hecho de que en 2012 se celebren cuarenta procesos electorales en países importantes (entre ellos Francia, Alemania  y Estados Unidos) puede retrasar la catástrofe hasta 2013.

Pero la situación real es la siguiente:

Europa tiene más triple A fuera de la zona Euro que dentro.

La zona euro acumula 9 billones de deuda y 60 billones en derivados sobre esta deuda

Y lo cierto es que ni la flexibilización monetaria (QE), ni la existencia de un fondo de estabilidad ni el alza de los impuestos han creado nunca productos ni empleos.

La reacción de la UE consiste en atacar a las agencias de calificación, aumentar la presión fiscal, imponer más prohibiciones y condenar a los “alumnos aventajados” por su “competencia dañina”.

En la clasificación anual de libertad económica (Índice de la Heritage Foundation), sólo se considera libres a cinco países: Hong Kong, Singapur, Australia, Nueva Zelandia y Suiza.

Francia es 67ª, detrás de Cabo Verde (66º) y Kazajstán (65º).

Para más “inri”, con la tasa Tobin, los países que ya están haciendo huir a los inversores parece que quieren  tratar de retenerlos cobrándoles  más impuestos.

El cambio de calificación ha aniquilado los instrumentos existentes (Fondo Europeo de Estabilidad): el rey está desnudo. Parece que, paradójicamente, la aceptación de la posibilidad de quiebra es lo único que podría restablecer la confianza, pero con el caso de Grecia, la UE ha optado por la solución soviética (en la URSS la quiebra estaba prohibida por ley).

Así pues, aviso a navegantes: parece que, ya sea en 2012 ya en 2013, catástrofe a la vista.


sábado, 14 de enero de 2012

Los españoles: qué serán y cómo llegarán a serlo


La reciente historia política de nuestro país, a la que se ha unido la grave crisis económica, lleva de nuevo a plantearse una pregunta fundamental: ¿Qué es España y qué significa ser español? Por eso hoy quisiera evocar un interesante ensayo del historiador y antropólogo español D. Pedro Laín Entralgo, titulado La Generación del 98[1] que, en su día, suscitó considerable polémica. 
Pedro Laín estudia y documenta lo que tiene en común un grupo de escritores españoles, hoy reunido a efectos académicos dentro de la llamada Generación del 98, aplicando el concepto de “generación literaria”del alemán Petersen,  y que incluye a figuras intelectuales de la talla de Ángel Ganivet, Miguel de Unamuno, Ramiro de Maeztu, Azorín, Antonio Machado, los hermanos Pío y Ricardo Baroja, Ramón María del Valle-Inclán y el filólogo Ramón Menéndez Pidal.

Laín los agrupa dentro de la corriente del pensamiento “regeneracionista”, que analiza las causas de la decadencia de España como nación, y cuya máxima figura política fue Cánovas del Castillo. La España que nos expone es una nación que sigue sin estar convencida de su propia existencia, y analiza su hipótesis empleando las herramientas que le proporcionan las distintas vertientes de su formación intelectual, empezando por la física, siguiendo con la medicina y terminando con la historia.
Desde el punto de vista de la Física, España es una realidad nacida de la reacción de dos fuerzas: la de la España posible de cada español, y la del enfrentamiento de todas esas posibilidades.

Desde el ángulo de la Medicina, su diagnóstico es que España es una “sed”, una necesidad orgánica de alcanzar nuevos horizontes y realizar empresas universales.

Por último, desde la perspectiva de la Historia, esta sed rebasa el “Fin del protagonismo histórico” al que alude Nietzsche, va “más allá de la muerte” como señala el poeta y ensayista Luis Rosales.  

Laín, al igual que otros intelectuales como Américo Castro o Claudio Sánchez Albornoz, pretende desentrañar una cierta coherencia entre los distintos conceptos de España, en su caso los que se manifiestan a través de la literatura española.

La España “sedienta” está representada por el poeta-soldado Garcilaso de la Vega, Miguel de Cervantes o Cadalso; es la nación que aborda grandes empresas, tratando siempre de vencer y de convencer, reclamando la verdad para sí y poniendo por delante su honestidad cristiana. Es la España de la “Hispanidad” que expone Menéndez y Pelayo.

La España “encontrada” es la colisión entre la España real y desnuda que describe Quevedo y la ideal y adornada de Góngora; la tristemente cómica y material que evoca Cervantes, contrapuesta a la espiritual y optimista de Lope de Vega.  

Y la España "histórica" es la de los nacionalismos románticos enfrentados al centralismo borbónico, que tan bien plasmara Mariano José de Larra en su frase “aquí yace media España, víctima de la otra media”.  Y, siempre, la España de las posibilidades, la España del deber ser, lo que describe Unamuno en “El porvenir de España y de los españoles”: el futuro como preocupación, entonces para los pensadores del Siglo XX y, ahora, para los del Siglo XXI. 

Laín incide con acierto en que, en todo este proceso de reflexión, siempre está presente el inconformismo: la realidad en que nos encontramos es injusta, y esto quizás se explique por la falta de un proyecto de España que sea común, que refleje una aspiración a conciliar el pasado, la historia soñada por la generación del 98, esa “españolidad” de la Castilla medieval anterior a los Reyes Católicos, y el futuro, esa España común que es posible para dar cauce a esa sed de protagonismo histórico, que es el pan del que se alimenta una nación.



[1] La Generación del 98, Espasa-Calpe, Colección Austral, ISBN 978-84-239-7405-4.

viernes, 6 de enero de 2012

Las próximas citas electorales en España



Este año en que celebraremos el ducentésimo aniversario de la Constitución española de las Cortes de Cádiz, más conocida como "La Pepa", se celebrarán en Andalucía elecciones autonómicas que podrían suponer el remate del proceso de cambio político en curso. El Artículo 4 de la citada Constitución de 1812 proclamaba los siguiente: "La Nación está obligada a conservar y proteger por leyes sabias y justas la libertad civil, la propiedad y los demás derechos legítimos de todos los individuos que la componen". 

Este concepto de "obligación" impuesta a la Nación (y no a los políticos) era revolucionario entonces, y aún lo sería en la actualidad.A este respecto, me parece interesante compartir con los lectores el enfoque que da a las elecciones el comentarista político estadounidense Llewellyn H. Rockwell (LewRockwell.com).

Éste afirma que los políticos siempre acaban sirviendo al sistema que les lleva al poder, por lo que todos tienden a dar por descontado el voto de sus “bases” y a tratar de “ocupar el centro político” para atraer el voto “indeciso” y el voto mal llamado “útil”, que más bien cabría calificar de “cobarde” (el elector que vota a un candidato para castigar a otro o para evitar que gane un candidato determinado).

Pero los procesos electorales, por pocas alternativas que ofrezcan,  provocan en los ciudadanos que aspiran a seguir siéndolo (los que buscan las mejores opciones para mejorar las perspectivas de prosperidad económica y social de la sociedad en la que viven) una reflexión sobre cuestiones fundamentales que afectan a su vida cotidiana, como son la libertad, la economía, la cultura, el poder y su utilización, o el papel que debe asumir el Estado.

Así, ciudadanos normalmente atareados y sin tiempo para reflexionar sobre esas cuestiones básicas, se detienen por un momento, analizan de manera detallada el entorno en que viven y trabajan, y se forman opiniones al respecto.

Pues bien, esa debe ser la utilidad básica de cualquier proceso electoral, cualesquiera que sean las alternativas que plantea. Los ciudadanos, a través de su reflexión para la emisión de su voto, trazan nuevas perspectivas de libertad y progreso para tratar de alcanzar la sociedad en la que desearían vivir, que es el material del que deben alimentarse los políticos que tienen sentido de Estado y voluntad de perdurar. Los votantes son conscientes de que hay que evitar el mal mayor, pero los verdaderos ciudadanos saben que evitarlo no equivale a hacerlo bien.

Está claro que las próximas elecciones en España, aún cuando desemboquen en el mejor resultado posible, no responderán a esa expectativa de progreso, pero al menos los ciudadanos que se sienten tales se habrán detenido a pensar en la cuestión de la libertad y en el papel que debe desempeñar el Estado en su vida diaria, y se propondrán actuar en consecuencia.

Europa, otro Estado fallido



La reciente evolución de la economía internacional ha puesto a los europeistas frente a sus propias contradicciones internas.

Con la crisis financiera, se ha puesto en marcha una dinámica de “Estado fallido” similar a la existente en Somalia. La Sra. Merkel y el Sr. Sarkozy se han transformado en auténticos “señores de la guerra” en una economía europea en plena “guerra civil”; la munición empleada son las declaraciones de intenciones de la una y el otro. Ella dice que su país no pagará el coste de los desmanes presupuestarios de los “señoritos” España, Irlanda, Italia, Grecia y Portugal, y él que hay que proceder a los rescates cuanto antes y crear un “nuevo orden económico internacional”.

Como en Somalia, las víctimas son los civiles inocentes que, sin comerlo ni beberlo, se encuentran en medio del fuego cruzado. El resultado del enfrentamiento: el sistema bancario europeo sigue inmerso en la mayor crisis de confianza que se haya conocido nunca, de modo que los bancos prefieren mantener depósitos en el BCE antes que prestar en el mercado interbancario; la actividad bancaria se está resumiendo a pedir prestado al BCE al 1 por ciento para luego comprar deuda pública entre el 2 por ciento (Alemania) y el 7 por ciento (Italia), creando así una crisis de liquidez que está resultando letal para la actividad económica de la zona euro; salvo en Alemania, las tasas de paro están subiendo en todos los países de la eurozona; el impulso económico derivado de las exportaciones se está desvaneciendo a medida que la crisis se extiende a los grandes países importadores (China e India); la paranoia económica comienza a traducirse en una confusión política de la que nada bueno cabe esperar; la supervivencia del euro como moneda común se cuestiona cada vez más, y la Unión Europea está desapareciendo del escenario internacional en favor de Alemania.

Como decía el articulista P.A. en la revista Índice, allá por los setenta, “Europa es una posada de pícaros, donde cada uno come de lo que trae, siempre que no se lo robe otro comensal”. Resulta cada vez más evidente que, tanto Alemania como Francia, lo único que buscan es atenuar el impacto de la insolvencia de los PIIGS sobre sus propias economías y, una vez logrado este objetivo, que cada palo aguante su vela… Lo malo es que parece que palo y vela van a consumirse en la hoguera de los mercados.

martes, 3 de enero de 2012

Con ocasión del Centenario de la muerte de Oscar Wilde


(Texto escrito en 1998)

Tanto en el mundo de la cultura como en el político, los centenarios no suelen ser sino un pretexto o bien para hablar de alguien de quien ya se habla mucho (asísuele ocurrir en el ámbito político o de los negocios), o bien para llevar al terreno de la actualidad a aquellos de los que hace ya tiempo que no se habla (asísuele ocurrir en el mundo cultural). En el año 2000, es decir, a la vuelta de la esquina, se celebrará - o debería celebrarse - el centenario de una figura única en el panorama cultural del siglo pasado: Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde o, más brevemente - para sus amigos y enemigos - Oscar Wilde. Ya sé que aún faltan dos años para que se cumpla el centenario, pero también sé, como modesto observador, que el interés que suscitan estos acontecimientos puramente cronológicos terminan al día siguiente de cumplirse el centenario. Por eso me atrevería a sugerir a los editores españoles que, pese a no tratarse de un autor español, iniciaran un ciclo de homenajes en torno a la figura del autor irlandés, ciclo que habría de culminar en el año 2000 con algún acto público más o menos protocolario, de modo que se propiciara la lectura de sus obras, algunas de ellas retraducidas, y otras adaptando su presentación al gusto actual.

¿Qué queda hoy en la memoria del público del que fuera mayor exponente del dandismo decimonónico? ¿Cuando fue la última vez que se repuso alguno de sus éxitos teatrales en Madrid o Barcelona? ¿Cuántos de entre nuestros políticos, nuestros grandes banqueros, nuestros hombres de negocios o nuestros jóvenes han leído El retrato de Dorian Gray y entendido su trasfondo ético?¿Quién recuerda sus poemas, la mayoría al gusto de la época en que le tocó vivir, pero otros, como la Balada de la cárcel de Reading, tan arrebatadores hoy como el día en que fueron escritos? Y ¿qué queda hoy de la parte que considero más injustamente olvidada de su obra, que es la que constituyen sus ensayos y obras críticas?

Los de mi generación aún recordamos la ironía, el humor, la agudeza crítica que puso Wilde en boca de los personajes de obras teatrales como La importancia de llamarse Ernesto, y ello gracias a que, en la época de la televisión única, TVE presentaba un día a la semana una obra teatral de renombre. Interesa señalar que La importancia de llamarse Ernesto fue escrita originalmente en cuatro actos pero, por obra y gracia de un productor teatral londinense de la época, George Alexander, quedó reducida (con la culpable aquiescencia de Wilde) a tres y perdió a dos de sus personajes, amputación que perpetuó el editor de la obra, Leonard Smithers (aquí hago un guiño a nuestros productores teatrales y nuestros editores, para que
se atrevan con la versión íntegra[1]).

No cabe duda que el éxito de Oscar Wilde se fraguó en los escenarios. Tanto es así que, caso insólito en los escenarios teatrales londinenses de finales del XIX, llegaron a representarse tres de sus obras teatrales simultáneamente bajo los aplausos entusiastas de la sociedad victoriana (se trataba de Un esposo ideal, Una mujer sin importancia y La importancia de llamarse Ernesto). Sin embargo, el éxito no le ponía al abrigo de las críticas de esa misma sociedad que en los teatros vitoreaba sus obras. Su modo de vida desinhibido y los escándalos que no temía provocar hicieron, por ejemplo, que Salomé, otra de sus obras (escrita en francés durante una estancia en París y dedicada al parnasiano Pierre Louÿs) fuera objeto de las iras del entonces Lord Chambelán, que impidió que se pusiera en cartel invocando una ley por la que se prohibía la representación de personajes bíblicos sobre los escenarios; tal prohibición se mantuvo pese a que Sarah Bernhardt, la estrella teatral indiscutible de aquella época, trató de producirla y protagonizarla, e incluso llegó a ensayarla durante tres semanas en un gran teatro londinense.

Al triunfo de sus obras teatrales vinieron a sumarse los éxitos obtenidos por sus cuentos para niños (y no tan niños), tales como El príncipe feliz o El gigante egoísta, por su novela emblemática, El retrato de 
Dorian Gray[2] o por la deliciosa novela El fantasma de Canterville.[3]

Sin embargo, todo este ingenio, esa visión tan peculiar de la vida y el arte, ese hedonismo demoledor y ese dandismo descarado que siempre caracterizaron al personaje de Oscar Wilde son reflejo de una sólida base intelectual y estética que éste supo plasmar magistralmente en sus ensayos y obras críticas. Esta parte de su obra es eminentemente didáctica, y expone con gran claridad su visión de la labor crítica en general, y del valor del arte para la sociedad en particular. Las bases fundamentales del pensamiento crítico de Wilde están recogidas en la colección de ensayos titulada Intenciones (1891), ensayos en los que rompe definitivamente con Zola, Henry James y todo el naturalismo, no sólo literario (cuyos representantes, dice, escriben ficción como si se tratara de una experiencia dolorosa), sino con el que predominaba entonces en todos los campos ("Si la naturaleza fuera confortable, la humanidad nunca hubiera inventado la arquitectura, y yo al menos prefiero las casas antes que el aire libre"). En otros ensayos titulados La aparición de la crítica histórica (1877), El alma del hombre bajo el socialismo (1891) y De profundis (publicado póstumamente en 1906), el autor fue desarrollando su pensamiento crítico, si bien las bases de éste ya quedaron claramente asentadas en Intenciones. Para Oscar Wilde, la naturaleza imitaba al arte tanto como lo contrario, y para demostrarlo solía recurrir al siguiente ejemplo: existe una gran diferencia entre ver y mirar; la bruma ha existido en Londres desde tiempo inmemorial, y todos la habían estado viendo sin mirarla hasta que los pintores y los poetas alabaron y mostraron la belleza de los efectos que ésta produce; es decir, fue una cosa que no existió para el hombre hasta que el arte la inventó. En cierta ocasión, le preguntó a André Gide:—¿qué ha hecho usted desde que nos despedimos ayer? Gide, ingenuamente, le hizo un aburrido recuento de sus diversas actividades cotidianas. Cuando acabó, Wilde le preguntó:—¿Es cierto? ¿Eso es lo que ha hecho usted desde ayer? ¿Y porqué volverlo a contar? Ya ve usted que no presenta absolutamente ningún interés. — Es cierto, dijo Gide apesadumbrado. — Entienda usted que hay dos mundos, dijo Wilde, el que existe sin que se hable de él, al que llamamos "mundo real", porque no es necesario hablar de él para que exista, y el "mundo del arte", del cual es necesario hablar pues de otro modo, no existiría.

La originalidad que demostró Wilde en el terreno artístico también translució en el ámbito político. Oscar Wilde fue partidario de las ideas socialistas pero, como siempre cuando de él se trataba, con una visión peculiar, propia, personal y crítica. En efecto, consideraba que las ideas socialistas habían de triunfar porque, paradójicamente, pensaba que sólo por medio del socialismo podría llegarse al necesario individualismo que permitiría la realización plena de la humanidad en su conjunto. Algunos se preguntarán: ¿En qué quedamos, socialismo o individualismo? Ambos conceptos no fueron nunca incompatibles, a pesar de las conclusiones que algunos puedan extraer hoy de la experiencia comunista en los países del este. Para Wilde, a través del socialismo había que lograr que el hombre se liberara de aquellas faenas que, siendo más propias de animales que de seres pensantes, había de realizar para atender a su sustento; de este modo, podría desarrollarse plenamente como individuo, y ajustar su conducta a la máxima wildeana según la cual "El verdadero valor del hombre no radica en lo que posee, sino en lo que es"; en esta visión del socialismo, el Estado se encargaría de lo que resultara útil, y el hombre de lo que resultara bello. Esta interpretación, que muchos tacharán de utópica, no le hizo pasar por alto los siniestros derroteros que ya tomaba el pensamiento socialista de finales del XIX, y advirtió premonitoriamente contra los peligros de lo que llamó "las tiranías industriales", en las que el único cambio consistiría en que el Estado acabara por detentar, además del poder político, el poder económico, quedando el hombre reducido a una situación aún peor que la anterior. Para Wilde, el objetivo del socialismo ha de ser acabar con el dolor y el sufrimiento, para que el hombre llegue a estar en plena armonía consigo mismo y con su entorno, lo cual desembocará necesariamente en el individualismo, y la humanidad nunca ha conocido expresión más intensa del individualismo que el Arte.

También su dandismo tenía una sólida base intelectual, y explica tanto su preocupación por la apariencia exterior como las dosis de pasión con las que supo adornar todos los detalles de su vida. Lo afirma claramente cuando escribe que "la vida misma es un arte y, al igual que ocurre con las artes que pretenden expresarla, tiene sus propios modos estilísticos".

Sin embargo, para sus admiradores su mayor obra de arte fue su propia vida, que supo convertir en un ejemplo palpable de que, a veces, la naturaleza es la que imita al arte. Quienes le conocieron en vida (entre sus coetáneos famosos con los que trabó relación cabe citar a George Bernard Shaw, Stéphane Mallarmé, Sarah Bernhardt, Paul Verlaine, Victor Hugo, Pierre Louÿs, Walt Whitman, Edgar Degas y André Gide) coinciden en afirmar que su conversación era, con mucho, superior a su obra escrita. Su vida era un guión, y él no era sino su histriónico protagonista. En cierta ocasión declaró: "He puesto en mi vida todo mi genio, en mis obras tan solo mi talento". Reflexionaba críticamente sobre todo aquello que llegaba a su conocimiento, recurría con frecuencia en la conversación a los apólogos (alegorías que contienen una enseñanza moral), reinventaba la realidad para hacerla más hermosa, trataba de dotar a todo lo que le rodeaba de un verdadero sentido artístico, si no para los demás, sí al menos para él. El arte lo era todo para Wilde, y se esforzaba en todo momento por transmitir su visión a quienes le rodeaban; así, en cierta ocasión, cuando un amigo escritor le afirmaba no comprender la obra de otro artista, Wilde le respondió: "Hay artistas de dos tipos: unos aportan respuestas, y los otros, interrogaciones. Hay que saber si uno es de los que responden o de los que interrogan, pues el que interroga no es nunca el mismo que responde. Hay obras de arte que esperan, y que permanecen incomprendidas durante mucho tiempo; esto se debe a que aportan respuestas a preguntas que aún no se han formulado, pues en Arte, con frecuencia, la pregunta llega mucho después que la respuesta."

Oscar Wilde afirmó que el Arte comenzaba donde terminaba la imitación y que, mientras la naturaleza, al crear, siempre se reproducía a sí misma, lo que Dios y el hombre creaban era irrepetible. En consecuencia, decía, todo lo que se gana para la vida, se pierde para el arte, pues la primera es el disolvente en que desaparece el segundo. Esta última afirmación había de resultar, muy a su pesar, profética.

En efecto, la vida lo alcanzó en los tribunales londinenses, y disolvió casi todo vestigio de su arte. Una cuestión de “costumbres” que le enfrentó al Marqués de Queensberry (el mismo que acuñó las reglas del noble arte del boxeo) le hizo acudir —mal aconsejado por Lord Alfred Douglas, su amigo e hijo del citado marqués — a los tribunales. Aunque llegó a darse cuenta de su error[4], no quiso huir de Inglaterra, y el tribunal acabó por condenarle a dos años de trabajos forzosos. Esos dos amargos años de su vida transcurrieron entre la cárcel de Reading y la prisión de Pentonville, sometido a un régimen de vida penosísimo y alejado de todos y de todo aquello que hubiera podido atenuárselo. Allí alcanzó a conocer a un preso, Charles Thomas Wooldridge, antiguo soldado de la Real Guardia Montada, condenado a muerte por haber asesinado a su esposa. Tres semanas después de su encuentro con Wilde, fue ahorcado y enterrado en una fosa junto a los muros de la prisión. Profundamente afectado por su situación, Wilde escribió una carta a Lord Alfred Douglas: De profundis. Esta carta, dirigida al causante — voluntario o involuntario (depende de las versiones) — de todos sus males, comenzaba con un análisis de la relación que le unía a Bosie (Lord Alfred Douglas), y terminaba con la exposición de la que iba a ser su posición intelectual definitiva ante la vida a partir de aquél momento, de las condiciones en que deseaba volver a encontrarse con el mundo, de la evolución de su carácter y de lo que todavía esperaba realizar. Esta carta constituye también una de sus obras críticas de mayor importancia; en ella quedaron reflejadas, además, todas sus contradicciones, su ocasional falta de sinceridad y, por primera y última vez, no pareció importarle lo que pensara el público de su prestación.


Su impulso artístico aún había de manifestarse en otro sobresalto, un canto del cisne que pusiera punto final a su existencia de artista. Desde su exilio francés, para el que adoptó significativamente el nombre de Sebastian Melmoth, el personaje de Charles Maturin[5], logró que esa misma estancia en prisión de la que antes se avergonzó acabara por engrandecerle. Tanta tragedia, fealdad, miseria y abandono como experimentó durante aquellos dos infernales años le llevaron, desde la libertad de su exilio francés en Berneval, a evocar la visión de la vida desde una celda de prisión en una poesía trágica y estremecedora: la Balada de la cárcel de Reading. Esta fue la última - y para muchos la mejor - obra poética de Wilde; en ella, el preso evoca desde la soledad de la celda el brillo de su pasado y la oscuridad e injusticia de la situación en la que se encuentra.

El editor Leonard Smithers (otra vez él), que se vanagloriaba de aceptar todas las obras que los demás no se atrevían a publicar, publicó la obra utilizando un seudónimo para el autor (por petición expresa de Wilde); en el lugar que hubiera debido ocupar el nombre del autor, sólo figuraban una letra y dos números: "C.3.3.", el número de matrícula de Wilde en la prisión. Como tributo a la memoria de lo que allí vivió, el autor incluyó la siguiente dedicatoria: "a C.T.W., alguna vez soldado de la Real Guardia Montada".

Pese a intentarlo, nunca fue capaz de escribir otra obra de teatro que le permitiera volver a la sociedad con la cabeza alta (afirmaba que los hombres sólo recordaban a las personas por lo último que habían hecho), y así vivió retirado hasta el final de su vida. Aún escribiría algunas líneas antes de su muerte, que lo sorprenderá en el Hotel d'Alsace de París, el próximo viernes 30 de noviembre del año 2000 –  a las dos menos diez de la tarde –  hará cien años.

Fernando Peral
Febrero de 1998

[1] The importance of being Earnest and other plays, enriched classic, Simon & Schuster, New York, 2005.
[2] Esta obra fue adaptada para el cine, primero en 1915 por los directores rusos Vsevolod Meyerhold y Mikhail Doronin, luego con gran éxito por Albert Lewin en 1945 (obteniendo un Oscar y donde llama poderosamente la atención la inquietante belleza de su protagonista, Hurd Hatfield), y en 1971, con menos éxito, por Massimo Dallamano (Dorian Gray, protagonizada por Helmut Berger).
[3] También llevada a la gran pantalla con gran éxito bajo la dirección de Jules Dassin y protagonizada por un verdadero gigante del séptimo arte, Charles Laughton.
[4] Más tarde diría a quien quisiera escucharle que su caída se debió a una falta de individualismo, pues ya que había vivido en constante desafío a las leyes de la sociedad, nunca debió de haber recurrido a ellas para defenderse de sus enemigos.
[5]Charles Maturin: Melmoth el errabundo.

lunes, 2 de enero de 2012

Reseña del libro "¿Por qué importan las humanidades? Un enfoque de sentido común"

Esta obra, de gran interés para intelectuales en general y docentes en particular, no ha sido traducida aún al español. Lo cual es una verdadera lástima. El libro[1] ha sido publicado por la Universidad de Texas en su colección de estudios culturales, teoría crítica y estudios literarios. El autor, Frederick Aldama, es profesor de inglés y estudios comparativos en la Universidad del Estado de Ohio, y es autor de seis libros anteriores, incluida la obra ganadora del Premio de la Modern Language Association (MLA) titulada “Dancing With Ghosts: A Critical Biography of Arturo Islas”.

Según la crítica estadounidense, se trata de uno de los ejercicios de lectura más versátiles, claramente redactado y filosóficamente penetrante de la política norteamericana en materia de raza y universidad que uno pueda encontrar. En nombre de un ‘nuevo humanismo‘ basado en la lucha individual, el autor recurre a su experiencia como docente para hacer una recapitulación convincente del concepto del ‘yo’ basado en la neurociencia y la biología evolutiva. Se trata de una obra sintética e interdisciplinaria en la que se expone una visión de las humanidades como un campo abonado en toda su extensión por la reflexión científica.

En este estudio, Aldama alude a una reconstrucción de la lucha del pensamiento oscurantista contra el pensamiento científico, y más concretamente a los anteriores paradigmas postestructuralistas en el estudio de la literatura poscolonial latinoamericana, étnica y sudasiática de los Estados Unidos, utilizando fundamentalmente, aunque no exclusivamente, las herramientas que proporcionan la narratología y la ciencia cognoscitiva para estudiar la manera en que los autores han reubicado identidades y experiencias que se inscriben en las tradiciones literarias poscoloniales, y se dirigen a lectores que se adscriben no sólo a las tradiciones citadas, sino también a otras muchas y muy diferentes. En este contexto, sugiere que, para el estudio de la literatura poscolonial, sería útil (e interesante desde el punto de vista científico) abordar la cuestión dentro del paradigma de la literatura mundial, teniendo presente en todo momento que el análisis literario resulta tan amplio como la propia literatura, en cuanto que puede contener todo tipo de enfoques y evaluaciones, incluidas, por supuesto, las evaluaciones políticas.

Sin embargo, reconoce que una obra de ficción, la crítica de un libro o una teoría literaria que se ocupen de la política nunca pueden convertirse en algo similar a la práctica organizada y real de la política. También indica que el "yo" no es una construcción conceptual, configurada a partir de la nada, sino un agente material capaz de modificar la realidad y de verse modificado por ella en circunstancias que se inscriben específicamente en el tiempo y el espacio. En consecuencia, al formular este planteamiento, nos propone utilizar instrumentos útiles para avanzar en nuestros esfuerzos literarios y humanistas, ya que se trata de la formulación de unas hipótesis que son susceptibles de verificación o refutación empírica, y abre la puerta a la posibilidad de verdaderos programas de investigación. Así pues, nos recuerda que la historia desempeña en particular un papel primordial. Dado que la cosmología, la física, la biología molecular, la genética, la paleontología, la psicología, la sociología, la economía, la historia y la mayor parte de las demás disciplinas científicas tratan del tiempo, del cambio y de la evolución son, en consecuencia, disciplinas históricas en sentido estricto. En el caso del ser humano y de la humanidad en su conjunto, todas las ciencias muestran que cada uno de nosotros somos, a la vez y de manera inseparable, producto y artífice de nuestra existencia biopsicosociológica e histórica. Al igual que otros muchos antes que él, destaca que resulta científicamente estimulante reconocer el hecho de que, desde la antigua división de la sociedad en clases sociales antagonistas, la lucha contra la opresión y la explotación ha sido permanente.

El autor afirma que, en la actualidad, esta división adopta la forma histórica específica de un sistema de dominio de clase basado en la propiedad privada de los principales medios de producción (en manos de una minoría de familias) y en la explotación de la inmensa mayoría de los habitantes del planeta. Debido al creciente salvajismo que genera este sistema, lo que está en juego es la propia supervivencia de la raza humana, y es deber de la humanidad proseguir la lucha para lograr una sociedad sin clases, esto es, una sociedad en que la población mundial se vea libre de la opresión y la explotación debido a que la riqueza deje de producirse, distribuirse, intercambiarse y consumirse con arreglo a los requisitos previos e insaciables de la obtención de beneficios y la acumulación del capital, propios de una sociedad capitalista.

En este libro, el autor reflexiona sobre la música, el cine, la literatura, la traducción, la modernidad, el lenguaje, la cultura, el papel que desempeñan los fenómenos culturales en el mundo, la justicia y el papel del docente/intelectual en el aula y en la sociedad en general. Propone por encima de todo una visión crítica de los temas que afectan a las humanidades. Los argumentos y conclusiones de un capítulo se enlazan con los debates de otro y, así, el resultado es un prisma de análisis y motivos configurado por la luz materialista y humanista que se arroja sobre cada uno de los temas tratados en particular, y sobre todos ellos en general.

Se trata de un enfoque materialista del yo y de todo aquello que extraemos de nosotros mismos en nuestro proceso de transformación de la naturaleza - una naturaleza que a su vez nos transforma. El libro trata de mostrar claramente a docentes, estudiantes y lectores curiosos por igual que existen distinciones que suponen una diferencia cuando hablamos de ideas, cultura, historia y sociedad; que cada una de ellas reviste importancia, aunque de maneras notoriamente distintas, a efectos de nuestra disposición de las condiciones materiales, culturales y sociales que constituyen nuestra realidad presente y futura.

En este impulso materialista, humanista y anti-idealista, existe una firme voluntad de tratar de aclarar la correspondencia entre nuestras afirmaciones y la realidad. El libro hace suyos la defensa de los logros obtenidos por la humanidad en su andadura, y el afán por demostrar que las condiciones materiales y sociales del futuro dependen de los trabajos, las luchas y los logros de los pueblos de todo el mundo. También es una reafirmación de conceptos esforzados, fieles, contrastados y que tanto se echan de menos como son la verdad, el bien y la belleza, y de otros conceptos y categorías como el tiempo, el espacio, la sustancia, la cantidad, la calidad, la relación, la posición, la posesión, la acción y la pasión.

El enfoque histórico, científico y pragmático que aplica Aldama a las cuestiones que trata resulta útil y, en muchos momentos, convincente, y su interés para alimentar la reflexión es indudable.



[1] Why the humanities matter : A common sense approach, Frederick Luis Aldama, University of Texas Press, Austin, 2008. ISBN 978-0-292-71798-5. Véase también el sitio web del autor en http://www.frederickluisaldama.com/

Primera valoración de las medidas del Gobierno de España contra el déficit


La primera tanda de medidas anunciada por el Gobierno para hacer frente al déficit, aún sin determinar pero superior al 8 por ciento, se ha anunciado siguiendo el modelo “zanahoria-palo”. La zanahoria: se aumentan las pensiones con arreglo a lo dispuesto en el Pacto de Toledo, se mantiene la ayuda a los parados, se suprime el canon digital, se atribuye (por fin) el almacén centralizado de residuos nucleares (en vez de pagar 60 000 euros diarios a Francia, se pagará una cantidad sustancialmente menor al Ayuntamiento de Villar de Cañas y se crearán puestos de trabajo allí) y se prolonga la vida útil de la Central de Garoña. El palo: se sube el IRPF, se sube el IBI para aliviar la situación de los ayuntamientos que están al borde de la quiebra y la de las empresas con las que mantienen deudas, se reduce un 20% la subvención directa a partidos políticos, sindicatos y organizaciones empresariales y se paraliza la incorporación de nuevos perceptores de la Ley de dependencia.
La subida del IRPF es una subida demorada, ya que sólo afectará en las retenciones hasta el mes de junio; lo mismo cabe decir del IBI. La reducción de la subvención directa a partidos políticos, sindicatos y organizaciones empresariales se ha planteado claramente como un primer paso, destinado a dar tiempo a estos entes para replantear su financiación sobre la base de las cotizaciones de sus afiliados, y cabe esperar que vaya desapareciendo de aquí a 2015. La medida más discutible éticamente es la paralización de la incorporación de nuevos perceptores de la Ley de dependencia; está claro que la aplicación de esta ley, salvo en la Comunidad de Madrid, ha quedado en papel mojado por la falta de financiación, y la medida parece plantearse como un primer paso para la racionalización financiera de la prestación. Espero que así sea, y habrá que mantener la exigencia a este Gobierno de que haga efectiva esta norma.

Las críticas que llueven sobre este Gobierno por haber elevado los impuestos  pese a haberse comprometido a no hacerlo en la campaña de las elecciones generales están más que justificadas, pero la decisión de la subida parece acertada en la medida en que, de no hacerse, los mercados y la Unión Europea hubieran acabado por imponer sus recetas al respecto, que no hubieran sido tan discriminadas como las que ha comenzado a aplicar el Gobierno de Mariano Rajoy. Un cero por contraer compromisos que no sabía si podría cumplir, pero un diez por atreverse a tomar las medidas que impone el sentido común y a afrontar las críticas (por otra parte merecidas) que ello supone.

Ahora, falta por anunciar las medidas estructurales para lograr la recuperación de la economía, y entre ellas destacan dos: la reestructuración del sector bancario, que el Sr. Rajoy ha dicho que debía estar terminada en junio de 2012, y la reforma del mercado laboral, que anunció deberá ultimarse en este mismo mes de enero. Además, cabe esperar toda una batería de medidas concretas como las relativas a la gestión de los procesos de privatización, tanto los de Loterías del Estado y AENA decididos por el Gobierno de Zapatero (en un momento tan poco propicio), como otros posibles de participaciones minoritarias en Altadis, Iberia y Endesa, y otros como el de la Compañía Española de Crédito y Caución o Red Eléctrica, que deberá hacerse de manera que se obtengan los máximos ingresos, a fin de al menos compensar el descenso previsto de los ingresos fiscales en el ejercicio de 2012.
A esto se suma la necesaria articulación entre el Impuesto de Sociedades y el IVA, que parece hacer inevitable una subida de este último impuesto, y que deberá hacerse de manera que afecte lo menos posible al consumo interno.

Las perspectivas para el español medio en este nuevo año se presentan oscuras. Al final se ha verificado la afirmación del Sr. Roig, Presidente de Mercadona, respecto de 2011. “Lo único bueno que podemos decir de 2011 es que será mejor que 2012”.   El - pobre - consuelo reside en que parece que el Gobierno está dispuesto a asumir el coste político de las medidas que considera abrirán la senda de la recuperación. Esperemos que sean acertadas y que cada una de ellas se vaya adoptando en el momento más oportuno.