sábado, 31 de diciembre de 2011

Citas literarias a vuelapluma: de mi diario de lecturas

De Jorge Luis Borges

"Entré en el vestíbulo, cuyos espejos pálidos repetían las plantas del salón..."
(de Veinticinco de agosto)

"La ceguera no es la tiniebla. Es una forma de la soledad."
(de Veinticinco de agosto)

"Todo escritor acaba por ser su menos inteligente discípulo."
(de Veinticinco de agosto)

"Mi suerte será la tuya, recibirás la brusca revelación... y ya habrás olvidado enteramente este curioso diálogo profético, que transcurre en dos tiempos y en dos lugares. Cuando lo vuelvas a soñar, serás el que soy y tú serás mi sueño."
(de Veinticinco de agosto)

"Bradley creía que el momento presente es aquél en el que el porvenir, que fluye hacia nosotros, se desintegra en el pasado, es decir, que el ser es un dejar de ser."

"Las vísperas de un viaje son una preciosa parte del viaje."
(de Atlas)

"El día era opresivo y las noches no traían frescura"
(de Tigres azules)

Hablando de Yeats: "Toda obra es la sombra de una idea que está en la mente del autor. El autor no conoce claramente esa idea. La obra llega a ser lo real y la idea va quedando como un vestigio de la obra, progresivamente más irreal."

De Álvaro Mutis

"Llevaba impreso en algún lugar de su ser ese signo que distingue a los vencidos y que acaba aislándolos irremediablemente de sus semejantes."
(de Maqroll el Gaviero)

"Me quedé largo rato despierto, pensando en los enigmas que nos plantea eso que llamamos azar y que no es tal, sino, bien al contrario, un orden específico que se mantiene oculto y sólo de vez en cuando se nos manifiesta."
(de Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero)

De Juan Ramón Jiménez

"¿Cuando, cómo duermen los árboles? - «Cuando los deja el viento dormir», dijo la brisa."
(de En el otro costado)

De André Malraux

"La creación literaria no tiende a hacer que se tome una imaginación por una verdad - a persuadir - sino más bien a dar a realidades el brillo confuso de lo imaginario."
(de L'homme précaire et la littérature)

"No siempre son las mismas obras las que nos permiten acceder a lo más duro de nosotros, pero siempre son obras."
(de L'espoir)

"Los muertos del día, que ya cargan todo su peso sobre el asfalto de la carretera o los matorrales de las pendientes, comienzan, pegados a tierra, su primera noche de muertos."
(de L'espoir)

"Un oficial indigno de su grado no es un incapaz, es un impostor."
(de Le temps des échecs)

"Poco importa que la fatalidad que borra las civilizaciones borre también las obras maestras: toda supervivencia, por provisional que sea, es una misteriosa victoria sobre la condición humana. No sólo las grandes obras son vencedoras provisionales de la muerte, sino que su universo es una rectificación esencial de la creación: es la venganza del hombre."
(de Le démon de l'absolu)

"La técnica del relato consiste esencialmente en la búsqueda de una tercera dimensión; de aquello que, en la novela, escapa al relato; de lo que permite, no relatar, sino hacer presente. La narración expresa un pasado cuya puesta en escena, en escenas, consituye un presente. Al igual que los pintores inventaron la perspectiva, los escritores de novelas han encontrado en el diálogo, en la atmósfera, los medios para lograr esta metamorfosis. El arte del relato moderno también está hecho de una perspectiva acertada entre lo que se representa y lo que se relata."
(de Le démon de l'absolu)

De Samuel Clemens (Mark Twain)

"Primero, házte con los hechos, y luego, distorsiónalos como te convenga."
(de Mark Twain)

De Marcel Proust

"Y tú, Zadig, eres así, nunca has leído y no tienes ideas, y has de ser muy infeliz cuando estás triste [...] Sólo cuando vuelvo a ser perro, un pobre Zadig como tú, me pongo a escribir, y sólo me gustan los libros escritos así."
(Carta a su perro Zadig)

De Ernest Hemingway

"Encuentra aquello que te emocionó; cuál fue la acción que suscitó tu excitación. Luego escríbelo dejándolo claro, de modo que el lector también lo vea y obtenga la misma sensación que tú tuviste."
(de On writing)

De Jean-Paul Sartre

"Los seres literarios se rigen por sus propias leyes, y la más rigurosa es esta: el escritor puede ser su testigo o su cómplice, pero nunca ambos a la vez. Dentro o fuera."
(de M. François Mauriac et la liberté)

"La novela exige una duración continua, la presencia manifiesta de la irreversibilidad del tiempo."
(de Explication de L'étranger)

"Dios ha muerto: no entendamos por ello que no existe, ni siquiera que ha dejado de existir. Ha muerto: nos hablaba y se ha callado, ya sólo tocamos su cadáver. Tal vez se haya deslizado fuera del mundo, a otro lugar, como el alma de un muerto, tal vez sólo fuera un sueño [...] Dios ha muerto pero no por ello se ha vuelto el hombre ateo. Este silencio de lo trascendente, unido a la permanencia de la necesidad religiosa en el hombre moderno, esta es la cuestión, hoy como ayer."
(de Un nouveau mystique)

"Sólo existe poesía cuando se niega todo valor privilegiado a la interpretación científica de la realidad y se plantea la equivalencia absoluta de todos los sistemas de interpretación."
(de L'homme ligoté)

"El arte es mentir para ser veraz."
(de Qu'est-ce que la littérature)

"El surrealismo, al tomar prestado el método del análisis burgués, invierte el proceso: en lugar de destruir para construir, construye para destruir... No obstante, como la construcción es real y la destrucción simbólica, el objeto surrealista puede concebirse como su propio fin. Representa el orden humano invertido y, como tal, contiene en sí mismo su propia contradicción. Eso es lo que permite a su constructor pretender a la vez que destruye lo real y que crea poéticamente una surrealidad más allá de la realidad. Y no cabe duda de que se logra el resultado esperado. El objeto creado/destruido requiere una tensión en el ánimo del espectador, y es esa tensión la que constituye, propiamente, el instante surrealista. La cosa que se entrega se ha destruido por cuestionamiento interno, pero a su vez el propio cuestionamiento y la destrucción  se ponen en cuestión por el carácter positivo y el hecho de que la creación está allí.
(de Qu'est-ce que la littérature)

De Corona Schmiele

"El acto de la creación ha de renovarse, pues constituye la vida, y la "obra", la muerte."
(de la introducción a Le ptoloméen, de Gottfried Bern)

De Salman Rushdie

"Escritores y políticos son rivales naturales. Ambos grupos tratan de hacer el mundo a su propia imagen; luchan por el mismo territorio. Y la novela es una manera de negar la versión oficial de la verdad que presentan los políticos."
(de Imaginary homelands)

"El valor real de las ideas para los escritores, e incluso para los lectores, es que hacen posible que soñemos nuevos sueños, de nosotros y del universo."
(de Imaginary homelands)

De Nadine Gordimer

"El amor no es nada hasta que se ha visto sometido a la prueba de su propia derrota."

de Hugo Marsan

"Esos misóginos frágiles, que lo han recibido todo de una madre nacida en tiempos en que la abnegación llenaba la existencia de las mujeres."

de Elena Garro

"«Lo va a matar...» - le susurró Julia acercando las palabras a su oído."
(de Los recuerdos del porvenir)

de W.H. Auden

"La voluntad, el inconsciente, es este deseo de ser libre... No somos libres de querer no ser libres."

de Stanley Kunitz

"El poema es un campo de batalla entre la vida consciente y la inconsciente.. Un poema es una suma de triunfos sobre resistencias predecibles."

de Jean Malaquais

"Sólo inconscientemente somos hermosos y verdaderos; en nuestros momentos de olvido."

de Umberto Eco

"Las utopías sirven para avanzar, esperando no obstante que nunca lleguen a convertirse en realidad. Cuando se materializan, siempre se convierten en tragedias."

De Sergiu Celibidache

"La principal tarea de la mente es la lucha contra la mediocridad, y se traduce en el espíritu crítico, la tenacidad y el inconformismo."

de Michel Onfray

"Se constata que el hombre y el babuino se distinguen por la manera de responder a las necesidades naturales. El mono sigue prisionero de su bestialidad, mientras que el hombre puede deshacerse de ella parcial o totalmente, diferirla, resistirla, superarla dándole una forma específica. De allí procede la cultura. Frente a las necesidades, los instintos y los impulsos que dominan totalmente al animal y lo determinan, el hombre puede escoger hacer uso de su voluntad, su libertad, su poder de decisión. Allí donde el babuino padece la ley de sus glándulas hormonales, el hombre puede luchar contra la necesidad, reducirla e inventar su libertad..."
(de Antimanual de filosofía)

de John Harold Plumb

Todos los gobernantes necesitan una interpretación del pasado en que asentar la legitimidad de su gobierno [...] Conquistar el poder no es suficiente; hay que asentarlo sobre un pasado seguro y servicial."
(de La muerte del pasado)



jueves, 29 de diciembre de 2011

El objeto de la traducción: la equivalencia funcional

En su obra titulada After Babel. Aspects of language and translation[1], George Steiner afirma que no existen “teorías de la traducción”, y que lo más que cabe esperar es una descripción razonada del proceso. Continúa diciendo que “las lenguas parecen resistirse mucho más de lo que se esperaba inicialmente a la racionalización, así como a los beneficios de la homogeneidad y la formalización".

En varias de sus obras de lingüística y semiótica, Umberto Eco repite, “un texto es una máquina concebida para provocar interpretaciones”[2].  Esta afirmación es un elemento básico para un estudio apropiado del objeto de la traducción. Que las palabras, frases y textos suelen expresar algo más que su sentido literal es un fenómeno comúnmente aceptado. La mera equivalencia de significado (si pudiera definirse y utilizarse un concepto tan oscuro) no puede tomarse como un criterio satisfactorio para una traducción correcta, porque la traducción no sólo está vinculada a la competencia lingüística, sino también con la competencia intertextual, psicológica, contextual, cultural y narrativa. Por ejemplo, Eco se refiere a una posible redacción alternativa de la expresión “buenos días” que uno utiliza cuando se encuentra con alguien, y que podría formularse en los siguientes términos: "De acuerdo con el uso fático[3] del lenguaje, y por razones de cortesía, le deseo un día agradable”. Pero resulta evidente que el destinatario no percibiría ambos mensajes de la misma manera.

Las cosas se complican aún más cuando se trata de traducir. Todos los lingüistas convienen en que las formas léxicas o sintácticas que expresan conceptos en un idioma casi nunca cuentan con homólogos léxicos o sintácticos exactos en otro idioma, y que la estructura de un idioma difiere de esta y otras muchas maneras de la estructura de otro, por lo que la traducción nunca puede reducirse a la sustitución mecánica de un conjunto de formas léxicas y gramaticales de un idioma por otro conjunto en el otro idioma.  La similitud del significado, que sería uno de los objetivos de la traducción como tal,  sólo puede determinarse a través de la interpretación, y la traducción no es más que una modalidad específica de la interpretación. Como señala David Savan, las traducciones interlingüísticas no se refieren a una comparación entre los dos idiomas, sino a la interpretación de dos textos en dos idiomas distintos.[4]

Al hacer la labor de traducción, el traductor tiene que tomar decisiones constantemente a fin de lograr lo que Mason llama una “equivalencia funcional”, que significa que la traducción debe generar en el idioma de llegada el mismo efecto que pretende lograrse en el idioma original.[5]

A fin de entender qué es lo que transmite un texto, es decir, lo que el traductor tiene que traducir, Umberto Eco propone el siguiente esquema.[6]

SISTEMA
TEXTO
forma del contenido
esencia del contenido: sentido de un texto determinado
sentido de un término concreto en ese contexto
forma de la expresión
forma gramatical y estilística del discurso
esencia de la expresión

Eco recurre a este esquema para poner de manifiesto las diferencias existentes entre los valores estilísticos y la sustancia expresiva, y para explicar que la retórica reconoce figuras de contenido en las que la sustancia de la expresión no resulta pertinente  (‘une chaleur froide’ se traduce muy bien empleando las palabras “un calor frío”), pero que la sustancia de la expresión adquiere importancia en la mayoría de las figuras de expresión (‘hace frío’ no puede traducirse por ‘it makes cold’ sino por ‘it is cold’).
En este sentido, puede decirse que la traducción se basa en la búsqueda de “equivalencias funcionales” que requieren a la vez competencia lingüística, intertextual, contextual, narrativa y psicológica.



[1] G. Steiner, After Babel. Aspects of language and translation, (primera edición de 1975, reeditado en 1998 por Oxford University Press).
[2] U. Eco, I limiti dell'interpretazione (Bompiani, Milán, 1990).
[3] Fático: utilizado para transmitir sociabilidad en general más que para comunicar un significado específico. Aunque el término no está en el DRAE, es de uso común entre los lingüistas y figura en diversos diccionarios inglés/español (por ejemplo en el Collins Spanish Dictionary, 6ª edición, 2000). 
[4] D. Savan, An introduction to C.S. Peirce's Full System of Semiotic, Monograph Series of the Toronto Semiotic Circle n° 1 (Toronto University, 1988).
[5] I. Mason, "Communicative/Functional Approaches" en M. Baker (director de la publicación.), Routledge Encyclopedia of Translation Studies (Routledge, Londres, 1998).
[6] U. Eco, Experiences in translation (University of Toronto Press Inc., Canadá, 2001), pág. 84.

Presentación del autor

Mi nombre es Fernando , tengo taitantos años y vivo en Ginebra (Suiza). Soy licenciado en ciencias políticas y sociología por el Centro de Estudios Universitarios San Pablo (CEU) y la Universidad Complutense de Madrid (1981), y tengo un master en comercio exterior y otro en administración de empresas, ambos por el Instituto de Empresa de Madrid ; hice el Curso de la Escuela Diplomática sobre las Comunidades Europeas en 1983, soy diplomado en comercio de petróleo y productos derivados por el College of Petroleum Studies (Oxford, Gran Bretaña) ; también soy diplomado del primer curso sobre coparticipación activa para representantes del personal de las Naciones Unidas, e impartí durante dos años un curso sobre la traducción jurídica en los organismos internacionales, para los alumnos de la Escuela de Traducción e Interpretación de la Universidad de Ginebra. He trabajado en el sector privado, concretamente en transporte marítimo, el comercio de importación y exportación, la compraventa de petróleo y productos derivados y la industria alimentaria. Hoy soy funcionario de un organismo especializado de las Naciones Unidas.
Mi intención al crear este blog es compartir puntos de vista, informaciones, noticias, etc. sobre política y economía españolas, y comentarios sobre obras literarias, ensayos o artículos que, de cerca o de lejos, afecten a nuestra visión de la política. No me defino políticamente pues desconfío profundamente de las ideologías; supongo que, como la mayoría, en algunas cosas soy defensor de la libertad individual, en otras soy partidario acérrimo de la solidaridad, y en otras asumo entusiásticamente la tradición. No sé cuanto durará este blog, o si yo seré el único que contribuya al mismo, pero doy la bienvenida a cualquiera que tenga algo que contarme/contarnos, si bien espero respeto a los participantes en el blog y rigor intelectual en los planteamientos.

Crítica abierta a los partidarios de lo "políticamente correcto"

Hoy quisiera comentar brevemente el artículo de Antonio Muñoz Molina titulado Posteridad, incluido en su recopilación de artículos titulada «La vida por delante» (Alfaguara, 2002), y en especial la polémica que suscita en lo que respecta a la concesión del premio Nobel de Literatura a Hemingway en 1954.

En el artículo citado, Muñoz Molina trata, en mi opinión a la ligera, de la figura de Hemingway, y del supuesto ingreso en la posteridad que supone la concesión del premio Nobel de Literatura. Lo que motivaba su comentario no era otro que la publicación en 1999 de una mal llamada obra «póstuma» de Hemingway, consentida por Patrick Hemingway, nieto del autor, al entregar a los responsables de la editorial Scribner (la editorial que publicó las demás novelas de Hemingway) un conjunto de textos inéditos para que fueran editados y «completados» en forma de novela, y que se tituló «Al romper el alba».

Nadie que conozca la biografía de Hemingway podría pasar por alto que las notas medio literarias y medio biográficas que tomaba y de las que se servía para escribir algún cuento o capítulo de sus novelas dormían durante años en los cajones de su escritorio o, en las más de las ocasiones, acababan en la papelera; y tampoco que Hemingway, un escritor que redactaba 6000 palabras cada noche para dejarlas en 1000 a la mañana siguiente, imponía un nivel de exigencia a cualquiera de sus manuscritos que le hacía trabajarlo una y otra vez, dejarlo en reposo y retomarlo hasta tener la certeza de que correspondía a su concepto de la literatura, o desecharlo definitivamente. No en vano llegó a afirmar que «el primer borrador de cualquier cosa no es más que pura m…».

Pero, dicho esto, Muñoz Molina no limita su crítica a ese esperpento de la industria necrófila y, tras reconocer «No conozco bien las novelas ni los cuentos de Hemingway; pero cuando he vuelto a leer alguna historia suya que me gustó de muy joven, casi siempre me parece anticuada», termina afirmando «Cada año que pasa aumenta el anacronismo de Hemingway. A todos se nos indigestan los toros, las cacerías, el bravuconismo de las hazañas guerreras, la masculinidad que ha de ponerse a prueba en la aspereza y el peligro físico».

Pues bien, disiento profundamente de este último juicio de mi admirado Muñoz Molina, cuya postura me extraña pues no en vano, en su discurso de toma de posesión del sillón correspondiente a la letra «u» de la Real Academia Española de la Lengua, rescató del olvido la vida y la obra del hasta entonces olvidado Max Aub afirmando «El único galardón indudable en la literatura es la maestría». En mi opinión, la característica principal de la obra de Hemingway, lo que le distingue de muchos de sus contemporáneos (y de los nuestros), lo que hace de él un «maestro» es que se trata de la expresión literaria del culto a la libertad individual. En ella reivindica el derecho a amar también las corridas de toros, la caza, el boxeo o la vida al aire libre. Denuncia además la hipocresía de quienes, condenando las corridas de toros o la caza, se comen sin pestañear el filete procedente de un animal nacido, criado y muerto entre cuatro paredes, que no ha conocido el aire libre ni ha pisado una pradera, que nunca tuvo oportunidad de reproducirse ni de escapar al destino que le reservaba nuestra sociedad, es decir, al que sólo se reconoce el «derecho» a ser ejecutado «humanamente» y servido en un plato.

La concesión de premios literarios no responde en absoluto a criterios objetivos (suponiendo que existieran tales criterios), sino a factores en su mayoría ajenos a la calidad de la obra, como son la oportunidad editorial, el reconocimiento de otros premiados, y la moral oficial de cada época. Muchos de estos factores son los que han hecho que, lamentablemente, Hemingway haya desaparecido hoy de los estudios literarios de la mayoría de las universidades norteamericanas y europeas, sacrificado en el ara de lo políticamente correcto.

Al aceptar el Nobel en 1954, afirmó: «Cualquier escritor que conozca a los grandes autores que nunca recibieron el premio no puede sino aceptarlo con humildad. No es necesario enumerar a estos escritores. Todos los presentes elaboran su propia lista atendiendo a sus propios conocimientos y conciencia».

Hemingway ocupa un lugar destacado en mi lista personal, pese a su biografía, a que se hubiera suicidado, a que nunca me llamó la atención la caza, a no interesarme por la tauromaquia y a no gustarme el boxeo; y lo ocupa porque comparto plenamente su lúcida reivindicación literaria de la libertad individual, muy especialmente en la serie de relatos cortos protagonizados por el personaje de Nick Adams, y porque admiro su exigencia de rigor para la obra propia y para la ajena.

El futuro político de España desde el prisma de la filosofía política

Releyendo la introducción a las «Lecciones de filosofía política» de John Rawles, Profesor de la Universidad de Harvard, me ha llamado la atención un pasaje que, en ciertos aspectos, parece una descripción fiel de las dificultades por las que atraviesa nuestro actual régimen constitucional.

Dice Rawles que la filosofía política cumple cuatro cometidos: el primero es de carácter práctico, cuando se produce una disputa política que tiene su origen en posturas antagónicas, al tratar de encontrar las bases de un acuerdo racional y ético entre dichas posturas, que propicie una cooperación social basada en el respeto mutuo entre los ciudadanos; el segundo es un cometido de orientación, basada en la razón y la reflexión, para definir los objetivos básicos que desean alcanzar juntos los ciudadanos en su calidad de miembros de un sociedad con historia, es decir, de una nación, en contraposición a la defensa de sus intereses particulares, familiares, o como integrantes de un determinado grupo social. El tercer cometido es el de la reconciliación, para demostrar que las instituciones, aunque obstaculicen o frustren intereses particulares, actúan de manera racional para alcanzar los objetivos sociales definidos por consenso entre los ciudadanos. Y el cuarto y último cometido, aunque no por ello menos importante, es el de explorar los límites de las políticas posibles, sobre la base de la creencia compartida de que la base de nuestra sociedad reside en la existencia de una esfera social que propicie un régimen democrático justo, aunque imperfecto.

El pasaje al que me refiero en la introducción es aquel en que el autor repasa los motivos que hicieron inevitable el fracaso de la República de Weimar, con las trágicas consecuencias que ello acarreó para Alemania y para el mundo.

En su análisis, Rawles culpa a «unos partidos políticos fragmentados por Bismarck, que les ofrecía dinero a cambio de que apoyaran sus políticas», convirtiéndolos así en meros grupos de presión que ni siquiera aspiraban a gobernar y que mantenían ideologías exclusivistas, lo cual hacía virtualmente imposible el compromiso con los demás grupos para hacer frente al «Canciller de Hierro». También alude al hecho de que «no se consideraba impropio que los funcionarios públicos atacaran a ciertos grupos de ciudadanos calificándolos como enemigos del Imperio».

Ese terrible error histórico parece estar replicándose en nuestro país. En el caso de Alemania, la incapacidad de los liberales y los socialdemócratas para colaborar en una visión común llevó a la caída de la República de Weimar, al desastre económico y social que hubo de padecer el pueblo alemán, y a las condiciones sociales y políticas que propiciaron la llegada de Hitler al poder por la vía democrática.

En el caso las dos legislaturas de José Luis Rodríguez Zapatero, la incapacidad de los partidos más votados para llegar a acuerdos mínimos en los asuntos de estado se tradujo en un paro creciente, que ya está a punto de alcanzar el 25%, en un empobrecimiento paulatino de las clases medias y obreras, unido a un aumento progresivo de la presión fiscal sobre las mismas, una dislocación del cuerpo social, etc. Y no se vislumbraba que fueran capaces de cumplir con la función básica de construcción de consensos, ni que contaran con personalidades capaces de aglutinar una mayoría política estable tras un proyecto democrático compartido por la mayoría de los españoles.

En el último decenio, la cultura y el tenor del pensamiento político español (y, cada vez más, de la mismísima estructura social) hicieron que, al igual que en Weimar, ninguno de los grupos principales estuviera dispuesto a hacer un esfuerzo político para llegar a un régimen constitucional de consenso. En política, el «tacticismo» que impusieron tanto el PSOE como el PP en la arena política podía servir para ganar una batalla, pero nunca para construir un verdadero proyecto democrático de convivencia razonable y pacífica entre los españoles.

Esperemos que, a partir de esta nueva legislatura que acaba de abrirse, los responsables de los partidos políticos mayoritarios recuperen para nuestro régimen constitucional los cuatro cometidos que Rawles atribuye a la filosofía política: cooperación social, objetivos sociales compartidos, reconciliación de intereses antagónicos y creación de una esfera social que propicie un régimen democrático justo.

Ética y finanzas

En los tiempos que corren se habla mucho de la necesidad de reformar el sistema financiero mundial. Me ha llamado la atención un artículo que he leído últimamente titulado “Cuidado con trivializar el riesgo ético”, de Jörg Guido Hülsmann. Su autor es un joven profesor de economía de la Universidad de Angers (Francia), y se inscribe dentro de la Escuela austríaca de economía (entre cuyos miembros figuran Ludwig von Mises, el Premio Nobel Friedrich Hayek, Henry Hazlitt o, en España, el Profesor Jesús Huerta Soto, de la Universidad Juan Carlos I de Madrid). En el artículo el autor se refiere a las causas éticas de las crisis económicas experimentadas en los últimos años y, por tanto, de la que padecemos en la actualidad.

Según Hülsmann, la persistente intromisión de la política en los asuntos monetarios ha desembocado en el actual sistema mundial de papel moneda y bancos centrales, unas instituciones que propician comportamientos masivos irresponsables, y el resultado de esta intromisión son crisis financieras y económicas recurrentes.

La explicación “ética” que describe Hülsmann es la siguiente. Los bancos centrales funcionan como prestamistas de último recurso, es decir, prestan dinero a las empresas financieras y de otro tipo que no pueden encontrar quién las financie en el mercado. Lo más llamativo es que pueden prestar este servicio sin estar sometidos a límite técnico o económico alguno (pueden generar moneda a voluntad, y no tienen ninguna obligación de rentabilidad). En efecto, el dinero que prestan no les “cuesta” nada, ya que los bancos centrales no tienen que pedir dinero prestado, son los que crean el dinero.
 
Esto no sólo les permite ofrecer un crédito virtualmente inagotable a los gobiernos y otras instituciones similares, sino también rescatar a otros actores del mercado cuando se encuentran al borde de la bancarrota. De esta manera pueden evitar “contagios” y cataclismos financieros [Véase el caso del rescate del banco Bear Stearns por J. P. Morgan, financiado por la Reserva Federal, o el del rescate de Long Term Capital Management (LTCM) — empresa fundada y dirigida por dos economistas ganadores del Nobel de Economía — en el decenio de 1990, que entró en bancarrota y a punto estuvo de arrastrar consigo a todo el sistema financiero internacional]. Visto así, parecería que la ética de su actuación es irreprochable.

Sin embargo, la conclusión de Hülsmann es exactamente la contraria. Al hacer uso de la política monetaria para proceder a esos “rescates”, lo que hacen los bancos centrales es socializar los costes derivados de malas decisiones de inversión, de modo que los actores financieros (que cuentan con la intervención del banco central para evitar cataclismos financieros) se despreocupan del riesgo y se concentran en las posibles ganancias.

Los bancos centrales sólo pueden “combatir” una crisis salvando del naufragio a las empresas financieras y demás actores del mercado con la ayuda de la plancha de imprimir billetes. ¿Quién paga en última instancia esos “rescates”? No son los clientes de los bancos ni los demás actores financieros. Quien paga de verdad es el conjunto de los ciudadanos, en su calidad de usuarios del dinero.

Los rescates a través de la política monetaria siempre implican un aumento de la oferta de dinero. Esto ocasiona una distorsión del valor real del dinero y, con ello, el poder adquisitivo de la unidad monetaria se reduce por debajo del nivel que normalmente le correspondería. Por supuesto, los actores financieros y sus clientes también se ven afectados por esta pérdida, ya que ellos también utilizan el dinero, pero sólo pagan una mínima parte del coste total, y la mayor parte recae sobre el resto de la sociedad.

El efecto colateral de este tipo de actuación es que los actores financieros aprovechan la oportunidad para reducir sus ratios de liquidez y asumir mayores riesgos, lo cual entraña a su vez que sus clientes acaben comportándose de la misma manera. Y claro, cuanto menor es el promedio del ratio de liquidez, menor es el tamaño y mayor el número de las empresas que pueden producir efectos de contagio en todo el sistema financiero.

En conclusión, para Hülsmann este tipo de injerencia legal en el mercado hace que sea la comunidad en su conjunto la que pague por los errores cometidos por quienes se comportan de manera irresponsable, y que aquellos a los que se rescata de la bancarrota no tengan incentivo alguno para aprender a comportarse de manera más responsable en el futuro sino que se muestren aún más dispuestos a asumir riesgos desproporcionados en busca de los posibles beneficios que podrían derivarse de inversiones arriesgadas.
 

Ludwig von Mises y la actual coyuntura económica

En 1949, el economista Ludwig von Mises publicó un artículo titulado “El porqué de la actividad humana”. Este economista, ejemplo de rigor y originalidad, predijo con valentía en la Alemania de 1912 que, de seguir adelante los intentos del gobierno imperial de mejorar el funcionamiento del capitalismo alemán recurriendo al “dinero barato” y la expansión del crédito, éstos desembocarían inevitablemente al cabo de unos años en la caída del poder adquisitivo del marco alemán a una millonésima parte de su valor en 1912. Los economistas alemanes de entonces se mofaron de un supuesto que consideraban absurdo y que descalificaba a quien se atrevía a exponerlo. Unos años más tarde, el poder adquisitivo del marco alemán se había reducido… ¡a la diezmillonésima parte!

Brillante crítico del socialismo económico y del intervencionismo del estado, Ludwig von Mises (1881-1973) consideraba que la función social del economista consistía tanto en elaborar teorías económicas racionales y coherentes como en desmontar todo razonamiento falaz; por este motivo, tenía que mostrarse dispuesto a enfrentarse a la enemistad de todo cuanto timador  y charlatán trata de “vender” atajos hacia el paraíso en la tierra,  ya que su función incluye el deber de desacreditarlos. Y en esta guerra, siempre tiene que esperarse a que, a medida que dichos aprovechados se vayan quedando sin  objeciones plausibles que oponer a sus argumentos económicos, irán recurriendo cada vez más al insulto y la descalificación personales.

Esta visión lúcida e integral de la economía y de la función social del verdadero economista es la que, en mi opinión, debería promoverse entre todos los profesionales y estudiantes de la economía. Su discípulo Friedrich Hayek (Premio Nobel de Economía en 1974 por sus estudios sobre la coyuntura económica) es un ejemplo sobresaliente de esta visión.

Ludwig von Mises también se mostró crítico frente a las propuestas de “vía intermedia” entre el socialismo y el capitalismo que abogaban por el intervencionismo del Estado en la economía a través de preceptos y prohibiciones, impuestos y subvenciones.  En efecto, como él anticipaba y demuestra la historia económica moderna y contemporánea, la elevación de los salarios por encima del nivel que alcanzarían en un mercado libre siempre ha terminado desembocando en un desempleo masivo y prolongado; los esfuerzos destinados a reducir los tipos de interés a través de la expansión del crédito han sido la causa de crisis profundas y recurrentes, y la fiscalidad orientada a saquear a los más prósperos ha resultado inevitablemente en la desaparición paulatina del capital.

En lo que ya se ha confirmado como una crisis económica de gran envergadura a la que habrá que hacer frente en los próximos años, no estaría de más que se releyeran la obra magna de este autor, titulada “La acción humana” (Unión Editorial, 8ª edición, 2007)  y en especial el capitulo 17 dedicado a los intercambios indirectos, donde se tratan las cuestiones de la inflación y la deflación, la anticipación de la evolución del poder adquisitivo y la visión inflacionista de la historia.