jueves, 29 de diciembre de 2011

Crítica abierta a los partidarios de lo "políticamente correcto"

Hoy quisiera comentar brevemente el artículo de Antonio Muñoz Molina titulado Posteridad, incluido en su recopilación de artículos titulada «La vida por delante» (Alfaguara, 2002), y en especial la polémica que suscita en lo que respecta a la concesión del premio Nobel de Literatura a Hemingway en 1954.

En el artículo citado, Muñoz Molina trata, en mi opinión a la ligera, de la figura de Hemingway, y del supuesto ingreso en la posteridad que supone la concesión del premio Nobel de Literatura. Lo que motivaba su comentario no era otro que la publicación en 1999 de una mal llamada obra «póstuma» de Hemingway, consentida por Patrick Hemingway, nieto del autor, al entregar a los responsables de la editorial Scribner (la editorial que publicó las demás novelas de Hemingway) un conjunto de textos inéditos para que fueran editados y «completados» en forma de novela, y que se tituló «Al romper el alba».

Nadie que conozca la biografía de Hemingway podría pasar por alto que las notas medio literarias y medio biográficas que tomaba y de las que se servía para escribir algún cuento o capítulo de sus novelas dormían durante años en los cajones de su escritorio o, en las más de las ocasiones, acababan en la papelera; y tampoco que Hemingway, un escritor que redactaba 6000 palabras cada noche para dejarlas en 1000 a la mañana siguiente, imponía un nivel de exigencia a cualquiera de sus manuscritos que le hacía trabajarlo una y otra vez, dejarlo en reposo y retomarlo hasta tener la certeza de que correspondía a su concepto de la literatura, o desecharlo definitivamente. No en vano llegó a afirmar que «el primer borrador de cualquier cosa no es más que pura m…».

Pero, dicho esto, Muñoz Molina no limita su crítica a ese esperpento de la industria necrófila y, tras reconocer «No conozco bien las novelas ni los cuentos de Hemingway; pero cuando he vuelto a leer alguna historia suya que me gustó de muy joven, casi siempre me parece anticuada», termina afirmando «Cada año que pasa aumenta el anacronismo de Hemingway. A todos se nos indigestan los toros, las cacerías, el bravuconismo de las hazañas guerreras, la masculinidad que ha de ponerse a prueba en la aspereza y el peligro físico».

Pues bien, disiento profundamente de este último juicio de mi admirado Muñoz Molina, cuya postura me extraña pues no en vano, en su discurso de toma de posesión del sillón correspondiente a la letra «u» de la Real Academia Española de la Lengua, rescató del olvido la vida y la obra del hasta entonces olvidado Max Aub afirmando «El único galardón indudable en la literatura es la maestría». En mi opinión, la característica principal de la obra de Hemingway, lo que le distingue de muchos de sus contemporáneos (y de los nuestros), lo que hace de él un «maestro» es que se trata de la expresión literaria del culto a la libertad individual. En ella reivindica el derecho a amar también las corridas de toros, la caza, el boxeo o la vida al aire libre. Denuncia además la hipocresía de quienes, condenando las corridas de toros o la caza, se comen sin pestañear el filete procedente de un animal nacido, criado y muerto entre cuatro paredes, que no ha conocido el aire libre ni ha pisado una pradera, que nunca tuvo oportunidad de reproducirse ni de escapar al destino que le reservaba nuestra sociedad, es decir, al que sólo se reconoce el «derecho» a ser ejecutado «humanamente» y servido en un plato.

La concesión de premios literarios no responde en absoluto a criterios objetivos (suponiendo que existieran tales criterios), sino a factores en su mayoría ajenos a la calidad de la obra, como son la oportunidad editorial, el reconocimiento de otros premiados, y la moral oficial de cada época. Muchos de estos factores son los que han hecho que, lamentablemente, Hemingway haya desaparecido hoy de los estudios literarios de la mayoría de las universidades norteamericanas y europeas, sacrificado en el ara de lo políticamente correcto.

Al aceptar el Nobel en 1954, afirmó: «Cualquier escritor que conozca a los grandes autores que nunca recibieron el premio no puede sino aceptarlo con humildad. No es necesario enumerar a estos escritores. Todos los presentes elaboran su propia lista atendiendo a sus propios conocimientos y conciencia».

Hemingway ocupa un lugar destacado en mi lista personal, pese a su biografía, a que se hubiera suicidado, a que nunca me llamó la atención la caza, a no interesarme por la tauromaquia y a no gustarme el boxeo; y lo ocupa porque comparto plenamente su lúcida reivindicación literaria de la libertad individual, muy especialmente en la serie de relatos cortos protagonizados por el personaje de Nick Adams, y porque admiro su exigencia de rigor para la obra propia y para la ajena.

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