Este año en que celebraremos el ducentésimo
aniversario de la Constitución española de las Cortes de Cádiz, más conocida
como "La Pepa", se celebrarán en Andalucía elecciones autonómicas que
podrían suponer el remate del proceso de cambio político en curso. El Artículo
4 de la citada Constitución de 1812 proclamaba los siguiente: "La Nación está obligada a conservar
y proteger por leyes sabias y justas la libertad civil, la propiedad y los
demás derechos legítimos de todos los individuos que la componen".
Este
concepto de "obligación" impuesta a la Nación (y no a los políticos)
era revolucionario entonces, y aún lo sería en la actualidad.A este respecto,
me parece interesante compartir con los lectores el enfoque que da a las
elecciones el comentarista político estadounidense Llewellyn H. Rockwell
(LewRockwell.com).
Éste afirma que los políticos siempre acaban
sirviendo al sistema que les lleva al poder, por lo que todos tienden a dar por
descontado el voto de sus “bases” y a tratar de “ocupar el centro político”
para atraer el voto “indeciso” y el voto mal llamado “útil”, que más bien
cabría calificar de “cobarde” (el elector que vota a un candidato para castigar
a otro o para evitar que gane un candidato determinado).
Pero los procesos electorales, por pocas
alternativas que ofrezcan, provocan en
los ciudadanos que aspiran a seguir siéndolo (los que buscan las mejores
opciones para mejorar las perspectivas de prosperidad económica y social de la
sociedad en la que viven) una reflexión sobre cuestiones fundamentales que
afectan a su vida cotidiana, como son la libertad, la economía, la cultura, el
poder y su utilización, o el papel que debe asumir el Estado.
Así, ciudadanos normalmente atareados y sin
tiempo para reflexionar sobre esas cuestiones básicas, se detienen por un
momento, analizan de manera detallada el entorno en que viven y trabajan, y se
forman opiniones al respecto.
Pues bien, esa debe ser la utilidad básica de
cualquier proceso electoral, cualesquiera que sean las alternativas que
plantea. Los ciudadanos, a través de su reflexión para la emisión de su voto,
trazan nuevas perspectivas de libertad y progreso para tratar de alcanzar la
sociedad en la que desearían vivir, que es el material del que deben
alimentarse los políticos que tienen sentido de Estado y voluntad de perdurar.
Los votantes son conscientes de que hay que evitar el mal mayor, pero los
verdaderos ciudadanos saben que evitarlo no equivale a hacerlo bien.
Está claro que las próximas elecciones en
España, aún cuando desemboquen en el mejor resultado posible, no responderán a
esa expectativa de progreso, pero al menos los ciudadanos que se sienten tales
se habrán detenido a pensar en la cuestión de la libertad y en el papel que
debe desempeñar el Estado en su vida diaria, y se propondrán actuar en
consecuencia.
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