La reciente
historia política de nuestro país, a la que se ha unido la grave crisis
económica, lleva de nuevo a plantearse una pregunta fundamental: ¿Qué es
España y qué significa ser español? Por eso hoy quisiera evocar un interesante ensayo
del historiador y antropólogo español D. Pedro Laín Entralgo, titulado La Generación del 98[1] que, en su día, suscitó considerable
polémica.
Pedro Laín
estudia y documenta lo que tiene en común un grupo de escritores españoles, hoy
reunido a efectos académicos dentro de la llamada Generación del 98, aplicando el concepto de “generación literaria”del alemán Petersen, y que incluye a
figuras intelectuales de la talla de Ángel Ganivet, Miguel de Unamuno, Ramiro
de Maeztu, Azorín, Antonio Machado, los hermanos Pío y Ricardo Baroja, Ramón
María del Valle-Inclán y el filólogo Ramón Menéndez Pidal.
Laín los agrupa
dentro de la corriente del pensamiento “regeneracionista”, que analiza las
causas de la decadencia de España como nación, y cuya máxima figura política
fue Cánovas del Castillo. La España que nos expone es una nación que sigue sin
estar convencida de su propia existencia, y analiza su hipótesis empleando las
herramientas que le proporcionan las distintas vertientes de su formación intelectual, empezando por
la física, siguiendo con la medicina y terminando con la historia.
Desde el punto de
vista de la Física, España es una realidad nacida de la reacción de dos
fuerzas: la de la España posible de cada español, y la del enfrentamiento de todas esas
posibilidades.Desde el ángulo de la Medicina, su diagnóstico es que España es una “sed”, una necesidad orgánica de alcanzar nuevos horizontes y realizar empresas universales.
Por último, desde la perspectiva de la Historia, esta sed rebasa el “Fin del protagonismo histórico” al que alude Nietzsche, va “más allá de la muerte” como señala el poeta y ensayista Luis Rosales.
Laín, al igual que otros intelectuales como Américo Castro o Claudio Sánchez Albornoz, pretende desentrañar una cierta coherencia entre los distintos conceptos de España, en su caso los que se manifiestan a través de la literatura española.
La España “sedienta” está representada por el poeta-soldado Garcilaso de la Vega, Miguel de Cervantes o Cadalso; es la nación que aborda grandes empresas, tratando siempre de vencer y de convencer, reclamando la verdad para sí y poniendo por delante su honestidad cristiana. Es la España de la “Hispanidad” que expone Menéndez y Pelayo.
La España “encontrada” es la colisión entre la España real y desnuda que describe Quevedo y la ideal y adornada de Góngora; la tristemente cómica y material que evoca Cervantes, contrapuesta a la espiritual y optimista de Lope de Vega.
Y la España "histórica" es la de los nacionalismos románticos enfrentados al centralismo borbónico, que tan bien plasmara Mariano José de Larra en su frase “aquí yace media España, víctima de la otra media”. Y, siempre, la España de las posibilidades, la España del deber ser, lo que describe Unamuno en “El porvenir de España y de los españoles”: el futuro como preocupación, entonces para los pensadores del Siglo XX y, ahora, para los del Siglo XXI.
Laín incide con acierto en que, en todo este proceso de reflexión, siempre está presente el inconformismo: la realidad en que nos encontramos es injusta, y esto quizás se explique por la falta de un proyecto de España que sea común, que refleje una aspiración a conciliar el pasado, la historia soñada por la generación del 98, esa “españolidad” de la Castilla medieval anterior a los Reyes Católicos, y el futuro, esa España común que es posible para dar cauce a esa sed de protagonismo histórico, que es el pan del que se alimenta una nación.
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