Si aceptamos que, hoy como ayer, la política
es el arte de lo posible en un contexto de confrontación continua de intereses
antagónicos, y una lucha en la que sólo triunfan quienes son capaces de aunar mayor
respaldo en defensa de unos objetivos que procuren un beneficio percibido como
tal por el mayor número de actores políticos, y que la evolución
política y económica ha derivado en España en un proceso de confrontación de intereses
territoriales, en el que el Estado ha quedado
desarmado y se muestra incapaz de imponer un arbitraje objetivo en beneficio del
interés común a largo plazo, se hace preciso restablecer una base de consenso
entre los ciudadanos que reúna una serie de elementos pactados esenciales.
En mi
opinión, para que España pueda sobrevivir como Estado-nación, ese consenso ha de incorporar ocho componentes indispensables, que son los que, 34 años después de
aprobarse la Constitución de 1978, han ido desapareciendo paulatinamente del
discurso político de los partidos mayoritarios:
1.
La aceptación del concepto de
nación como elemento integrador de los distintos intereses particulares y
territoriales, sometidos al interés común del conjunto de los ciudadanos, y que
sea una expresión efectiva de la cooperación
social, de unos objetivos sociales compartidos, de la reconciliación de
intereses antagónicos y de la creación de un entorno social que propicie un
régimen democrático justo y de libertad individual.
2.
La articulación política de los
intereses particulares en un órgano de representación nacional, y de los
intereses territoriales en un órgano de representación territorial sometido al
primero.
3.
La defensa de la libertad civil, política,
económica, intelectual y de expresión de todos los ciudadanos, entendida como
elemento aglutinador de la nación y factor de progreso.
4.
La educación, entendida como
instrucción en disciplinas del saber, interpretación común de la historia
propia y desarrollo del espíritu crítico.
5.
La lengua española como instrumento
de libertad y progreso y como vehículo de comunicación entre los ciudadanos y
de éstos con el resto del mundo de lengua española, unida a la defensa y
promoción de las lenguas vernáculas como expresión de la pluralidad e instrumento
de progreso intelectual, es decir, como elemento enriquecedor del patrimonio
común, y no como elemento de segregación o discriminación.
6.
La búsqueda de la prosperidad
común en un marco de progreso material y espiritual, de aprovechamiento de los
recursos naturales y de solidaridad entre los individuos y las comunidades, sobre la base de la sostenibilidad económica y de
la preservación del entorno físico y natural como patrimonio común.
7.
La articulación consensuada de la defensa
común del territorio nacional y de los intereses de la nación en el exterior.
8.
La unidad de la justicia, la
fiscalidad y las instituciones de mercado, como garantía del imperio de la ley
y de la igualdad de trato de todos los ciudadanos en términos de deberes y derechos.
En conclusión, como dije en mi artículo “La
hora de los patriotas”, lo que esperamos de los partidos políticos es el
restablecimiento de un consenso civil entre la inmensa mayoría de los
ciudadanos, la lucidez necesaria para encontrar
soluciones eficaces a los problemas reales, una visión clara para formularlas y una
voluntad democrática firme para aplicarlas.